En el contacto con uno mismo, al poder separarnos de lo que nos cuenta el pensamiento y el deseo, nos damos cuenta de que yo no soy tú y que tú no eres yo. Hay un espacio intermedio entre el tú y el yo. Tenemos distintas formas de relacionarnos o de más bien intentar no relacionarnos con este espacio intermedio. A veces podemos llenar el espacio intermedio de regalos para el otro, ayudas, cesiones. Si sólo tú existes no hay espacio intermedio. En otras ocasiones podemos llenarlo de mis puntos de vista, mis necesidades, mis derechos, mis modos de hacer y así si sólo existo yo no hay espacio intermedio. Y en la mayoría de los casos saltamos de uno a otro en un juego de o tú o yo. Culturalmente nos han contado que el amor es fundirse con el otro, un no saber dónde acaba uno y empieza el otro, dos medias naranjas que se completan en una sola. Así nos cuesta diferenciar que somos dos, no somos uno ni nunca seremos uno. Ni en la pareja, ni en la amistad, y lo más difícil, ni con los hijos. La práctica de la atención nos permite explorar el espacio intermedio y descubrir formas seguras de relacionarnos con él. Meditamos con la intención de abrir espacio, alejarnos del parloteo de la mente y poder ver con perspectiva creciendo en sabiduría. Ver lo que es y verlo con bondad, respeto y generosidad. Tocar con el conocimiento ese espacio intermedio implica darnos cuenta de que no tenemos el control que desearíamos sobre el otro y a dónde va a llevar la relación. En la fantasía de fusión ya no hace falta ni hablar, serán felices y comerán perdices… En la infancia experimentamos esta distancia desde el nacimiento, el destete, cuando comenzamos a gatear o caminar, cuando salimos solos a la calle, a la vida. En algún momento, la seguridad, la protección, el cuidado, se rompe y sentimos la necesidad de defendernos. Construimos así, cada uno a su modo, una armadura que protege nuestra piel pero al mismo tiempo nos separa del mundo. Así lo que creamos para poder relacionarnos con el exterior nos complica el contacto. Explorar el espacio intermedio implica conocer que hay un yo, un tú y un espacio intermedio cuyos límites oscilan en el tiempo. Lo vemos claro en la relación padres e hijos. Pero también cuando en la pareja o familia aparecen problemas de salud, o en las amistades momentos vitales diferentes. Para poder movernos con libertad en la distancia o la relación en el espacio intermedio un tema nuclear es la seguridad emocional, el vínculo. Un vínculo seguro implica que estemos de acuerdo o no, te veo y me veo. No hace falta que deje de mirarte a los ojos para poder moverme con libertad. En el cuerpo sería algo así como no es necesario que me tense para luchar o huir puedo mantenerme en calma frente a ti y expresar claramente las necesidades sin atacar ni rebajarme. Puedo escuchar tu necesidad sin sentirme agredido ni rebajarte. El Maestro Ajahn Chah decía: “Si quieres que un pollo sea un pato y un pato un pollo, sufrirás”. En el capítulo cuenta como una pareja que solían tener conflictos, un día aceptaron sus diferencias y uno de ellos ante un desencuentro dijo: “Creo que nuestro constante conflicto se debe a que tú eres un pato y yo un pollo y cada uno quiere cambiar al otro”. Aceptar las diferencias es requisito para el encuentro. El Monje Trapense Thomas Merton dijo: “El principio del amor es la voluntad de permitir que quienes amamos sean cabalmente ellos mismos, la firme decisión de no deformarlos para que se ajusten a nuestra imagen” El amor y el conocimiento son sinónimos aquí, debemos conocernos para saber dónde terminamos y dónde empieza el otro. Debemos desarrollar habilidades para salvar el espacio entre nosotros con bondad, comprensión, generosidad y ecuanimidad.